A mis hijos les encanta la música, quizá porque mi casa tiene su propia banda sonora. Cuando vamos en el coche jugamos a adivinar el cantante de la canción que suena y ciertamente, para lo pequeños que son, gozan ya de un amplio y variado repertorio musical. En ocasiones cuando el viaje en coche se prevé largo, jugamos a “las canciones inventadas”: sobre la base musical de una conocida canción que cada uno elige, debemos improvisar la letra. Es curioso lo que sale de este experimento: desde el mejor momento del día en el cole, hasta aquel miedo oculto que dábamos por superado, pasando por sus deseos para las próximas vacaciones.

Mi hija siempre tira hacia Mecano, Shakira o Paulina Rubio acompañando su divertida letra con un baile al más puro estilo Anna Pávlova en La muerte del cisne. Mi hijo, por el contrario, se pone la gorra del revés y empieza a rapear como si hubiese nacido subido a un escenario. Yo le miro atónita y pienso:

  • ¿Rap? ¿Dónde escucha rap un niño de 8 años?

La verdad es que he de reconocer que no se le da nada mal. ¿Amor de madre? Puede ser…

A lo que iba. Mis hijos tienen prohibido coger mi teléfono móvil para jugar, siempre les he explicado que es una herramienta de trabajo y no un juego. Me ha costado mucho esfuerzo que lo entendieran, pero finalmente lo han comprendido. Sería el juguete más caro de la historia, por otro lado, y no estoy dispuesta. Total, que querían escuchar música, así que cogieron una pequeña radio que tenemos en el baño y se la llevaron a su habitación. Les vi tan entretenidos a los dos sintonizando las emisoras y sorprendiéndose de las canciones que escuchaban, que esa misma tarde nos fuimos a un centro comercial a comprar una radio para ellos.

Cuando llegamos a casa, mi hija la desempaquetó con sumo cuidado, le explicamos cómo funcionaba, le sintonizamos las emisoras de radio más conocidas y la observé… la observé detenidamente y me maravilló lo que descubrí:

AsombroTras varios intentos fallidos buscando la melodía deseada, de pronto, escuchó una de sus preferidas.

  • ¡Qué suerte, mamá! – me dijo con sus enormes ojos verdes destellando.

Empezó a dar saltos de alegría, cogió un bolígrafo y como por arte de magia, se convirtió en micrófono. Desde entonces va con su radio a todas partes, sus amigas de la urbanización vienen a jugar con ella y celebran, con su mismo entusiasmo, el momento en el que Paulina Rubio les regala una canción. En su habitación ya no hay lápices de colores, hay  micrófonos.

Vivimos en una sociedad donde estamos acostumbrados a tenerlo todo de forma instantánea e inmediata, a golpe de clik:

¿Quieres una canción? Spotify, ahora Apple music,  hace todo el trabajo por ti y en menos de lo que canta un gallo, serás tú el que la cantas.

Escuchas una melodía que te engancha y antes de intentar recordar de quien es o a qué momento de transporta, la buscas de Shazam casi de forma compulsiva.

¿Quieres saber el tiempo que va a hacer hoy? ¿Qué es lo que haces ahora? ¿Qué has hecho esta mañana? Yo recuerdo despertarme en mi Asturias natal y abrir la ventana, mirar al cielo, sacar la cabeza y con todo eso, mucho, poco, no lo sé, me hacía mi composición de lugar y decidía si pantalón largo o corto, chaqueta o chubasquero. Ahora, a golpe de click y sin levantarte de la cama ya sabes el tiempo que va a hacer y si por algún casual la aplicación se equivoca y en lugar de las 17h, llueve a 3 de la tarde, te enfadas.

Las nuevas tecnologías nos han ayudado mucho en nuestra día a día, qué duda cabe, ya no nos imaginamos la vida sin ellas. Pero también es verdad que nos han hecho ser tremendamente impacientes y por consiguiente, a nuestros hijos también; sobre ellas y los niños estoy preparando un post… pronto lo compartiré.

Estos días, gracias a mis hijos, he comprobado la hermosa y maravillosa capacidad que tienen de  asombrarse. No se asombran ante un teléfono que cuesta lo mismo que unas vacaciones, ni que una tal Siri es capaz de mantener una conversación lógica contigo mientras te busca el restaurante donde cenarás este fin de semana al mismo tiempo que te advierte que el sábado habrá tormenta. Se sorprenden delante de una radio, pequeña y sencilla, con unos cuantos botones que te permiten sintonizar las emisoras y con la que , si tienes un poco de suerte, escucharás tus canciones preferidas.  

RadioCierto es que con solo pedirme que le pusiera la canción que buscaba, en menos de 30 segundos, lograría encontrarla en mi teléfono; pero no. Ese “Mamá ¡qué suerte!” al escuchar su canción en la radio, vale más que todos los teléfonos inteligentes del mundo. Porque la inteligencia no es eso.

Tengo la necesidad de seguir cultivando en ellos la capacidad de sorprenderse, de asombrarse, de intuir, de entusiasmarse, de buscar, explorar, indagar, de no conformarse… Porque la realidad no es la que ven en las pantallas, la realidad es la que tenemos frente a nosotros, la que sentimos, la que escuchan mientras cenamos alrededor de la mesa, la que acariciamos mientras les leemos un cuento (en papel) y agolpan sus cabecitas para ver los dibujos, la que olemos, la que besamos y abrazamos. Esa es la realidad que verdaderamente importa, la auténtica.

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