Acabo de llegar de la Feria del libro de Madrid donde he tenido la inmensa fortuna de poner cara, voz y besos a los cientos de lectores que me seguís y que ya habéis leído “Lo mejor de nuestras vidas”. Familias enteras esperando pacientemente su turno, con sus bebés o sus niños en brazos, algunas recién dadas a luz incluso.

  • ¡Qué mérito tiene que te hayas acercado con este calor!- le dije a una “recién mamá” con un bebé de apenas un mes en brazos y con la cara surcada por las inconfundibles huellas del postparto.

¿Sabéis lo que significa para mí que en apenas 3 minutos me contéis vuestra historia? Y fueron tantas historias: Un parto traumático del que todavía no te has recuperado, un desconocido y arrasador postparto del que nadie te contó nada, una pérdida irreparable como es la muerte de un hijo… ¿Cómo agradeceros tanto?

“Lucía, no dejes de escribir”. “En tu libro he encontrado el consuelo que no encontré cuando lo necesitaba”, “Cuánto me he reído y cuánto he llorado también”, “¿Para cuándo el próximo?,por favor, Lucía, sigue sintiendo así” – me decíais.

Y yo, emocionada con muchos de vuestros comentarios porque aún no me creo todo esto que me está pasando. Porque me da igual el número de ediciones a las que lleguemos, porque podría escribir ya mismo un libro entero con vuestras historias sentidas, porque sintiendo es cómo mejor se vive y porque vosotros me hacéis sentir, sentir de verdad. Gracias.

No hay más que ver sus caras...
No hay más que ver sus caras…
  • ¿Cómo haces para llegar a todo? – fue la pregunta estrella de este fin de semana.

La respuesta es muy sencilla.

No llego. No, no llego. Es más, llevo sin llegar muchos años, exactamente desde que soy madre. Y no pasa nada.

Hay días que se me olvida el traje de judo de mi hijo:

  • Un día sin judo, no pasa nada, así sale una hora antes.

Otras se van sin el botellín de agua y me acuerdo cuando voy en el coche:

  • Bueno, seguro que les queda agua del día anterior, nunca se acaban la botella.

Otras muchas descubro tres “circulares” juntas en el fondo de la mochila:

  • Upsss! Creo que hoy era el día en que tenían que traer una caja de cartón. Bueno, mañana la llevará, no creo que haya problema.

Y un largo etcétera. Al principio me frustraba, me castigaba, me sentía tremendamente culpable. Ahora ya no. Me niego. No soy una madre perfecta, pero es que para ser una buena madre no hace falta ser perfecta. Me quiero demasiado como para pasarme los días amargada pensando en lo que tenía que haber hecho o dicho y no hice. Rectifico si me equivoco, intento poner solución a los problemas y continúo hacia adelante. Porque para atrás, ni para coger impulso.

De vez en cuando paro, ¿cómo no? es necesario parar de tanto en tanto para respirar, para coger aire, para pensar, reflexionar, para agradecer, para llorar incluso o para celebrar; en definitiva, parar para sentir.

Una vez hecho el recorrido interior, levanto la cabeza y sigo, sonriente, con paso firme y con dos o tres objetivos claros.

Porque yo necesito metas, objetivos en los que fijar mis pasos. Hubo unos años que mi meta era dormir una noche seguida, otra dejar de preocuparme cuando mis hijos estaban con otras personas, más adelante me marqué objetivos laborales, personales, hasta objetivos emocionales. Siempre me ha ayudado.

Cuando debido al ritmo frenético que llevamos se acumulan, ya no los objetivos, si no las tareas, llega uno de esos momentos de parar y hacer una lista de prioridades. “Hoy voy a hacer esto, esto y esto otro, y mañana más”. Y así hago. De lo contrario sería imposible llevar una vida ordenada y feliz.

Soy amante de los momentos de calidad.

Tras dos días sin ver a mis hijos, necesito, más bien, necesitamos pasar tiempo juntos. Tiempo de calidad con los niños: tareas del lunes por la tarde aplazadas para otro momento y mochilas en mano, nos vamos a la playa a merendar.

Tras noche, tras noche volcada en crianza y trabajo, toca tiempo de calidad en pareja:

  • Cariño, he llamado a la canguro. No hagas planes para mañana. ¡Nos vamos a cenar y después a tomarnos una copa!

Cuando la situación es crítica directamente entro en internet: ofertas de último minuto y escapada cómo sea y a donde sea, pero solos.

Ritmo de locura en consulta con varios imprevistos y alguna que otra preocupación de niños que irremediablemente te llevas a casa. Llega la hora de comer. Tiempo de calidad: Móvil en silencio y en el bolso y a disfrutar de la comida en buena compañía, a ser posible, sin hablar de trabajo.

  • Lucía, espera un momentín que voy a aprovechar a hacer una llamada
  • No, por favor, es hora de comer; para ti, para mí y para la persona a la que vas a llamar- contesto haciendo un puchero casi infantil.

Tiempo de calidad en los 20 minutos del desayuno, atención plena a lo que me cuentan mis hijos, a corregirles amorosamente mientras comen, a compartir los planes que tenemos cada uno para esa tarde o los sueños que hemos tenido durante la noche.

Tiempo de calidad en la cena, otros veinte minutos. ¿Qué es eso de levantarse en plena cena a recoger los platos y fregar? No, por favor, la casa siempre puede esperar. Si estoy de espaldas recogiendo, me pierdo todo lo que mis hijos tienen que contarme con sus ojos, con sus manos y por supuesto con sus palabras…dejaría de oírles, dejaría de sentirles.

Tiempo de calidad con amigas: Una comida al mes o cada 15 días con una buena amiga te pone las pilas para el resto del mes. ¡Y nada de hablar de niños, por favor! ¡Qué buenos momentos! ¡Si los camareros hablasen!

Tiempo de calidad antes de dormir… esos 10-15 minutos antes de caer rendida en la cama. No me gusta eso de: “Ve subiendo, ahora subo yo”. Me gusta disfrutar de esos últimos momentos del día en compañía repasando el día, programando el siguiente o simplemente luchando contra un ataque de sueño feroz que me entra cuando me hablan y mi cabeza ya está apoyada en la almohada. Siempre he dicho que mi almohada desprende unos efluvios de algún somnífero extraño que inhalo y directamente entro en coma.

Y por supuesto momentos de calidad en solitario.

  • Cariño, tengo un curso y voy a estar fuera dos días, además coincide con el fin de semana que los niños van a estar con los abuelos.
  • Tranquilooooo- digo con los ojos como platos intentando disimular mi entusiasmo al verme sola durante 2 días enteros. Espera que quizá no lo he oído bien: ¿dos días enteros para mí? Pero si ya gozo cuando los astros se alinean y me regalan un par de horitas en solitario… Así que me recompongo, ladeo ligeramente la cabeza, pongo la mejor y más dulce de mis sonrisas y le digo:
  • Tranquilo amor, es una pena, pero estaré… FENOMENAL!!!!!

Y tras cerrar la puerta del despacho empiezo a dar saltos silenciosos de alegría ante la atónita mirada de mis hijos que piensan: “¿Y a esta loca que bicho le ha picado?

 

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