La vuelta al cole ya está aquí. Acabo de recoger los libros del próximo curso escolar y por un momento, muy corto eso sí, casi fugaz, me he sentido culpable.

Madre 1: ¿Y qué ha hecho tu hijo durante el verano?

Madre 2: Pues el mío ha terminado el cuadernillo de lengua y hemos hecho un repaso a las mates.

Madre 1: Uy las mates, sí, yo también le hice trabajar un poco con ellas. ¿Y el inglés?

Madre 2: No me compliqué, contraté a un profe y vino durante el mes de julio a casa a darle un empujoncito…

Madre 1: Estupendo, yo sin embargo insistí más en la caligrafía, me han dicho que este año se ponen duros.

Dependienta: Siguiente, por favor.

De vuelta a casa, mientras cargaba con media tonelada de libros bajo un sol de justicia, pensé:

“Jo, qué bien por esos niños.  Empezarán ya a tono en el cole. Mis hijos no han hecho nada,  les costará un pelín calentar motores…”. Antes de que el resto de la lista de “cosas que teníamos que haber hecho y no hemos hecho” amargase mi día libre, me dije: “¡Para!”. Y paré.

Al llegar a casa y encender el ordenador, decidí entrar en la lista de los libros más vendidos de Amazón para ver en qué puesto estaba el mío, “Lo mejor de nuestras vidas”. Hacía un mes largo que no entraba. Cómo se nota que este verano he desconectado de verdad. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que los 70 primeros puestos los ocupaban, en su mayoría, libros de actividades escolares para el verano.

  • Dios mío- pensé- ¿que mis hijos han sido los únicos que no han abierto un cuadernillo de estos?

Y volví a leer, esta vez con más detenimiento, los libros de actividades más vendidos. Por ningún lado aparecían los libros que leí yo con ellos. ¡Ah! Claro, es que no son de colorear, ni de calcular, ni siquiera son de pensar; son libros, simplemente libros. Libros para dejarse llevar, como los que yo leo, vamos. Ni más ni menos. El día que mis autores favoritos me pongan a hacer sudokos o laberintos o juegos de lógica, dejaré de leerles para siempre. Soy así de drástica.

¡Qué vaga soy que solo me gusta leer sin más!

A lo que íbamos, tras comprobar que mi libro aún andaba por ahí entre los 100 más vendidos, cerré la página y antes de que pudiera sentarme a escribir, apareció mi hijo mayor por la puerta del despacho:

  • Me aburro, mami- me dijo mientras me daba un abrazo e intentaba, sin éxito ninguno, rizar un mechón de mi pelo con su dedo.

Entonces pensé:

Vuelta al cole.Lucia mi pediatra

Nosotros no hemos hecho cuadernillos escolares, tampoco nos dijeron que los hiciéramos, que conste que yo siempre hago caso a los profes. Nosotros no repasamos las tablas de multiplicar, ni las normas de ortografía, ni siquiera cogimos un boli salvo para escribir alguna que otra carta de reconciliación que solemos hacer cuando ha habido una discusión que merece una disculpa meditada y tranquila.

Nosotros no hemos contratado a profes particulares aunque un repasito nunca hubiese venido mal no os vayáis a pensar que mis hijos son los más listos del mundo.

Nosotros hemos jugado, hemos reído, hemos saltado “a lo bomba” en la piscina. Nosotros hemos comido sandía en la playa hasta que los chorretones se nos caían por la cara, hemos jugado a las palas y hemos hecho castillos de churritos con la arena. Nos hemos bañado, hemos nadado, hemos buceado y hasta hemos encontrado a Nemo y a toda su familia.

Hemos cogido mariposas, flores y por coger, hemos cogido hasta piojos.

Hemos, bueno, más bien, en esta ocasión, han jugado al paddle, al tenis, al pilla-pilla y a las tinieblas. Han patinado, se han caído, han llorado y se han vuelto a levantar para seguir patinando. Se han ido de camping donde han vivido aventuras únicas entre la manada de niños que eran.

No hemos hecho cuadernillos, no, nosotros hemos dormido la siesta a pierna suelta, en el sofá, en la cama, todos juntos o sin niños (siestas con despertar feliz, siestas de las buenas). También hemos maldormido durante días por culpa de un virus veraniego que se empeñaba en deshidratarnos  y… nos hemos aburrido también.

Nos hemos peleado, enfadado y en alguna ocasión, hasta gritado. Nos hemos dado masajes los unos a los otros, mi hijo mayor es un experto en espaldas y mi hija pequeña, en pies. Un chollo tengo yo en casa.

Hemos preparado algún que otro bizcocho con el consiguiente fenómeno de masas: decenas de niños de la urbanización aparecen por arte de magia por tu casa como el que no quiere la cosa.

  • ¿Pero tú vives aquí? – le pregunto a una cara desconocida pero anhelante por su ración de merienda.
  • Claro- me contesta convencido y un tanto ofendido.
  • Pues vale, ale, toma tu trocito de bizcocho.

Hemos visto pelis todos juntos y por separado, he repetido hasta la saciedad y más allá, que no se sube al sofá con zapatos. Nos hemos acurrucado alguna tarde que otra lluviosa. Hemos hecho planes en familia, en pareja y en solitario. ¡Aquí hay para todos! ¡Le damos a todos los palos!

Nos hemos reído mucho, a carcajadas; también hemos llorado:

  • Te echaré mucho de menos, mamá.
  • Lo sé mi amor, pero lo vas a pasar tan bien que volverás feliz lleno de aventuras que contarme.
  • ¿Y tú mamá, estarás bien?
  • ¿Yo cariño? Yo estaré más feliz que una perdiz. Me faltarán días para hacer todo lo que quiero hacer.
  • Ah, entonces me quedo tranquilo.
  • Te quiero, mamá.
  • Te quiero, hijo.

Hemos escrito un par de cartas de reconciliación, hemos disfrutado de los abuelos, de unos y de otros (qué suerte tenemos), nos hemos dejado mimar por ellos. Nos hemos besado, mucho, y abrazado más aún.

En definitiva, nosotros este verano no hemos hecho cuadernillos escolares, ni deberes, ni ejercicios:

Nosotros, este verano, hemos vivido.

 

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